La falsa moneda

Se acercó lentamente hacia el cuerpo inerte para intentar examinarlo, ignorando las arcadas que le subían por la garganta al contemplar las muñecas mutiladas. Cuando un poeta renuncia a su esencia, a la expresión de su ser, y se entrega a trabajos mundanos surgen profesionales como él. 
Lo primero que se le vino a la mente cuando vio a aquella joven tirada en la cama fueron unos versos de alguna vieja canción olvidada: "Gitanta que tú serás... como la falsa moneda, que de en mano en mano va y ninguno se la queda". Pensó en la historia que habría tras aquellos ojos sin vida y aquellas muñecas que se habían tornado ríos de liberación granate. Se imaginó una vida desdichada que había vagado de unos brazos a otros buscando un cariño que ya no existía, como el que relataban las viejas novelas, por el que se podían hacer grandes locuras. Se imaginó un torbellino lleno de ilusión por conquistar el mundo que había sido engañado y, finalmente, atrapado en esa vieja mancebía de la que no había podido escapar... ¿Cuál sería la historia detrás de aquellos cabellos azabaches?¿Qué habría atormentados esos ojos del color de la hierbabuena? 
Se acercó un poco más a ella y, sin poder evitarlo, acarició su pelo y sus mejillas y una lágrima escapó de sus ojos al pensar en la vida que habrían reflejado. Se enamoró de ella, de la fragilidad que reflejaba su cuerpo frío y ya sin vida y deseó haber podido evitarle el sufrimiento y el dolor, haber podido abrazarla y susurrar entre los mechones de su pelo que todo iba ir bien y que él podía protegerla. Ya era demasiado tarde. 

"No hay duda. La joven se ha suicidado. Pueden levantar el cuerpo"

Su propia voz le resultó extraña, como si no fuese suya sino de un ser insensible que era capaz de hablar de un alma frágil como si solo fuese un trozo de carne, como si siempre lo hubiese sido. Quizá así fue. Quizá antes de poder tener conciencia de que estaba viva ya había muerto y solo había esperado hasta hoy para poner fin a su recipiente. 
Suspiró profundamente, se quitó los guantes y dejó a sus espaldas la vieja habitación del burdel donde había muerto lo que, en su imaginación, había sido un ángel. Se encendió un cigarrillo y comenzó a alejarse de aquel lugar, rodeado por las demás meretrices curiosas, sin escrúpulos, que sólo buscaban una nueva historia para las mañanas de decadencia. El mundo había  muerto hacía años, cuando ya no se buscaba amor sino el simple roce de los cuerpos, cuando se despreciaron los sentimientos y las caricias y se le dio valor a trozos de papel impreso y monedas frías. Terminó su colilla y la tiró nada más salir de aquellos pasillos laberínticos. Salió al frío cortante de la calle, comenzó a alejarse de aquel lugar y fue difuminando en su mente la imagen del cuerpo, de la sangre, del vacío... mañana sería un nuevo día. 

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