Una nueva mirada

Hacía ya tiempo que todo había dejado de importar, de tener sentido. Ella ya sólo se movía por los impulsos de su cuerpo que hacían que las heridas doliesen un poco menos. El dolor se había hecho parte de su ser, un viejo compañero que la seguía allá a donde fuese para que sintiese que aún seguía viva, porque si podía sentir cualquier cosa, aunque sólo fuese dolor, es que lo estaba. Sentía distintos tipos de dolor a lo largo del día pero siempre intentaba mitigarlos de algún modo y llegó un momento en el que se dio cuenta de que siempre lo había sentido, desde que nació había estado con ella y había hecho cosas para que desapareciese pero, por fin, había conseguido aceptarlo como parte de ella, como aceptaba la longitud de sus piernas, el color de sus ojos, la forma de sus senos... 

Hay personas que son capaces de despertar el amor de los demás, que lo atraen, destrozando todo a su paso sin que haya ningún motivo especial para ello, simplemente son amadas por aquellos que las conocen. Ella, sin embargo, es de esas personas que buscan el amor de una forma incansable pero que nunca consiguen conservarlo. Una vez rozó el amor más puro con la punta de sus dedos, lo sintió llenando todo su ser y, como una estrella fugaz, se fue. Era feliz en medio de su dolor cuando pensaba que había conseguido tenerlo aunque ya no estuviese con ella, no todo el mundo consigue amar como ella había amado... Nadie más podría amar como ella había amado. 

Le gustaba leer las tardes de invierno en las que hacía frío, era una de las cosas que aliviaban su dolor. También tenía la manía de salir a pasear al campo los días en los que el sol se negaba a aparecer, y caminar y escribir el cúmulo de tonterías que le venían a la mente. A veces lloraba por los versos que había traído al mundo porque sabía que jamás serían amados ni apreciados, eran palabras presas de un papel blanco. Pero lo que más le gustaba, lo que más anestesiaba su dolor y le permitía dibujar alguna sonrisa, era bailar los días de lluvia. Cuando olía cómo las gotas comenzaban a caer en la ciudad, mientras todo el mundo corría en busca de refugio, ella salía a la calle y bailaba con la música sonando en su cabeza. Sentía cómo las gotas arrancaban el dolor de su piel y le permitían ser un ser puro durante unos instantes, mientras ella bailaba sin que nadie comprendiese el porqué. Y fue en un día de lluvia cuando unos ojos volvieron a posarse sobre su cuerpo, mirando cómo la lluvia camuflaba sus lágrimas y aliviaba el dolor mientras giraba en medio de una calle ya vacía. Aquel día unos ojos volvieron a enamorarse de su locura. 

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