Lo único que queda

Vi cómo arrancaron las tiras de su piel, llevándose con ellas la alegría. Vi cómo la golpearon hasta que no quedó en su mente un pensamiento alegre que le hiciese luchar por su vida. Ella estaba completamente perdida, había caído presa de un mundo que la golpeaba con su cruel realidad y sus verdades que rasgaban su carne como cuchillas, había caído presa en un mundo que no era el suyo, en un mundo que no perdona las ilusiones o las fantasías, que no reconoce ya ningún sentimiento bello y que está dominado por papeles impresos.
Recuerdo la primera vez que la vi. Estaba inclinada sobre una pequeña flor, sonriendo... Nunca antes había visto a nadie pararse a mirar una flor. La contemplé como quien encuentra un montón de lingotes de oro en medio de la calle, como esperando a que alguien llegue y los coja. Me acerqué y no puede evitar desear conocerla, saber quién era aquel extraño ser, de dónde había surgido, que me explicase por qué hay que mirar las flores... Jamás la entendí y no estoy seguro de que alguna vez quisiera hacerlo, solo quería estar ahí cuando todo acabase, porque sabía que alguien como ella tendría un final temprano. Fue simplemente un momento de paz en medio de la rutina, una pacífica noche en medio de tanta claridad. Era una persona única camuflada entre una multitud. Recuerdo su sonrisa triste en los días de lluvia, su manía de abrazarse a sí misma cuando algo la asustaba... Fue una de esas personas que en unos días cambió toda mi vida. Al principio simplemente la observaba pero poco a poco me fue atrapando, fue despertando en mí la curiosidad de la inocencia, hacía que todo fuese nuevo.
Me dijo que buscaba a alguien pero nunca me dijo a quién y antes de que pudiese descubrirlo ya la habían condenado, como a cualquiera que se escapaba del control establecido. Ella iba a ser destrozada, para que no quedase nada de su ser, nada que invitase a ser libre o a soñar. Aún hoy sigo creyendo que su único delito fue amar todo aquello que la rodeaba. El amor estaba prohibido desde hacía demasiado tiempo y no podían arriesgarse a que alguien más lo experimentase.
Le arrancaron cada uno de los cabellos de su pelo, que recordaban al movimiento de las hojas de los árboles mecidas por el viento; aplastaron cada uno de sus huesos; quemaron cada una de sus esperanzas... Ya apenas podía reconocerla cuando, con el último aliento de vida, sonrió y entonces comprendí todo lo que había intentado decirme todo este tiempo: nadie podría impedir que amase... nadie podría arrebatarle la esperanza.

0 comentarios:

Publicar un comentario