El reencuentro

No sé muy bien por qué fui a aquel lugar, había decidido dejarla a su suerte, esperando que así pudiese olvidarme, olvidar todo el daño que le había causado. Creo que fue un amigo quien me pidió que la buscase, que si yo se lo pedía ella vendría conmigo hasta el fin del mundo y, en el fondo de mi ser, yo lo sabía, sabía que ella me habría seguido bajo cualquier circunstancia, por mucho dolor que aquello le causase. Ella siempre había hecho cualquier cosa por mí. 

La encontré en medio del parque. Ya nadie va a los parques y menos un día de tormenta como aquel, por eso supe que la encontraría allí. Estaba alimentando a un pequeño perro callejero, acariciándolo, hablando con él como si pudiese entenderla. Tenía el pelo empapado por la lluvia y estaba mucho más delgada desde la última vez que la había visto. Recuerdo que lo último que hice fue quitar su mano que intentaba aferrarse a mi sudadera para que no me fuese. No pude mirar sus ojos, sabía que si los miraba jamás podría apartarme de su lado, siempre habían sido mi debilidad, pero esa vez era necesario, no podía condenarla conmigo. Al verla ahora así supe que lo había hecho igualmente, solo que no estaba a su lado para protegerla. 

De repente el perro la mordió y salió corriendo. Ella permaneció inmóvil, sujetándose la mano que le había mordido y viendo cómo se alejaba. No sé cuánto tiempo exactamente permaneció así, mientras yo la miraba en la lejanía. Supongo que no me acerqué antes porque estaba luchando contra mis propios demonios para armarme e valor y hablarle. Es curioso como alguien que siempre me pareció tan indefenso podía ponerme tan nervioso. Tenía miedo de cómo reaccionaría, de si me odiaría. Quería y temía que me odiase, quizá si lo hiciese todo sería más fácil para los dos pero no podía soportar la idea... 

Finalmente, me decidí a acercarme. ¿Qué le diría después de tanto tiempo? Al escuchar que alguien se acercaba se levantó rápidamente y se giró hacia mí. El tiempo se congeló. Me miró sorprendida, como si hubiese visto un espíritu y se enjugó rápidamente las lágrimas. Se quedó unos instantes más parada y dio unos pasos hacia atrás, como un gato herido. Y antes de que pudiese decirle nada, sin darme tiempo a reaccionar, me sonrió y me preguntó cómo estaba. Lo vi en sus ojos, lo sentí en su voz. Nada había cambiado, seguía siendo mi muñequita. 

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