La hija de Lucifer

Donde Lucifer había caído, yo venceré. Donde todos sus seguidores han caído, yo venceré. Por fin, ya no tendré que esconderme, el fin del camino estaba cerca y ya podía tocar con las puntas de mis alas aquel ansiado deseo. En apenas unos instantes, aquel tirano que se hacía llamar Dios ya no aplastaría más la voluntad de los seres racionales, no extendería su manto terrorífico sobre nosotros. En apenas unos instantes, todo habría terminado.
Vi a mi padre alzarse contra él, lo vi luchar con todas sus fuerzas por la libertad de todas las criaturas de la creación y lo vi fallar. Él fue condenado a los infiernos y yo, su pequeña prole, desterrada al purgatorio, obligada a soportar los lamentos de las almas errantes que aún no eran lo suficientemente puras para el gusto del gran Dios.Este fue tu primer fallo, señor. Tu piedad va a ser hoy el filo de la guillotina que caerá inmisericorde sobre tu cuello.
Desde aquel día, con apenas cuatro años, comencé a tramar mi rebelión, a pensar en el modo de glorificar a mi padre quien solo quería nuestra libertad, librarse de tus mandamientos y darnos a todos, a ángeles y hombres, la capacidad de poder elegir nuestro destino, de equivocarnos y aprender de nuestros errores. Hoy, tras estos largos siglos, ha llegado el momento en el que el hombre será libre. 
Cuando conseguí llegar a tu servicio no me reconociste y, sin embargo, miraste con lujuria a la que sería el fin de tus días. Yo guardo su belleza, tengo en mis ojos la luz que irradiaba de los suyos antes de que lo condenases y eso te enloqueció. Me has querido solo para ti y tu egoísmo te ha hecho refugiar entre tus brazos a quien desea tu fin. Posaste tus labios sobre los míos y me diste la llave de tu voluntad. Desde aquel momento de unión, yo goberné sobre la creación a cambio de calmar tus instintos más animales. Dios cayó ante la visión de un cuerpo desnudo, felicitándose por los dones que él había creado. Una a una fueron cayendo tus defensas hasta el día de hoy en el que me has hecho a mí la responsable de tu vida. Ahora Dios duerme sobre mis senos, se acomoda en los rincones de mi cuerpo y quizás sueña, indefenso, sin pensar en lo poco que le queda a su existencia. Duerme, pequeño gran tirano. Siente por última vez el contacto de mi fría piel, pálida como la nieve que cae en la tierra los primeros días del invierno. Huele por última vez el almizclado aroma de mi pelo azabache. Besa por última vez mis carnosos labios rojizos, esponjosos como las nubes al atardecer de una tarde de verano en aquel lugar al que los hombres llamaron paraíso terrenal. Duerme, pequeño gran tirano. Todo ha terminado. 
El sonido del viento cortante, un grito ahogado... el sueño eterno. 

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