La primera última noche

La escuché reír y no pude soportarlo más. No podía contener ni un minuto más a las voces que gritaban dentro de mi cabeza, que me susurraban a cada instante los secretos más oscuros de mi corrompida alma, empujándome hacia la más extrema locura para sumirme en una espiral de desesperación. La deseaba, la deseaba con cada una de las fibras de mi ser, aunque sabía que a ella le resultaba repulsivo, pero yo la deseaba y allí, en mitad de la oscura noche, cómplice de mis anhelos, que nos envolvía con su negro manto y su luna burlona; allí, en mitad del bosque que nos escondía de los ojos de los curiosos que se giran al oír un grito, anhelando la desgracia ajena para empaparse de ella; allí, perdí todo el control que podía tener sobre la poca cordura que me quedaba y, finalmente, cedí a mis sueños más ocultos. 

Ella me hablaba de banalidades propias de una cabeza hermosa pero vacía. Recuerdo cómo brillaba su pelo rubio a la luz de la luna mientras caía como una cascada de oro sobre su cuello de cisne y su espalda esbelta, hasta terminar rodeando su cintura como unos dedos frágiles que la acarician. Pensé en cuántas veces la había amado en mis sueños antes de aquel instante, cuántas veces había mordido aquellos labios en mi mentes antes de finalmente besarlos. Enredé su pelo en mis dedos, sujetándolo con fuerza y tiré fuerte de él para atraerla hacia mí. Su grito desgarrando la noche fue como una bella sinfonía para mis oídos. Por fin, mordí sus labios hasta notar el sabor de su sangre por mi lengua, tan cálida... Arañé su espalda, pegándola aún más a mí y lo hice. Me fundí con ella en un solo ser mientras entre lágrimas gritaba mi nombre... Encendió aún más mis pasiones el escuchar mi nombre en sus labios de una forma tan primaria... Nunca había soñado que gritaría mi nombre pero sonaba de una forma tan mágica en sus labios... 

Las voces se callaron y miré a mi alrededor hasta que mis ojos se posaron sobre su cuerpo desnudo, temblando, tan indefenso que solo sentía ganas de abrazarlo. Sus ojos me miraban de una forma completamente nueva, como si me contemplasen por primera vez. Quería amarla cada día, era completamente mía desde ese momento ya para siempre. Sin embargo, destrozó por completo mis sentimientos, maldijo el mayor acto de amor que había podido ofrecerle y me odió. Sentí cómo la ira nacía en mí, cómo unas voces nuevas me reconfortaban y me daban la solución para terminar con ese odio... 

Me acerqué a ella, que volvía a temblar, y acaricié su cuello de cisne, puse ambas manos rodeando su cuello y me sorprendí de lo frágil que parecía. Volvió a susurrarme que me odiaba y, con ello, me dio las últimas fuerzas que me faltaban para apretar su delicado cuello, para cortar todo el aire que necesitaba. La besé, la besé en esos últimos instantes de agonía mientras ella se aferraba a mi cara. En el fondo ella también me quería, lo último que hizo fue acariciar mi cara.

Otoño

El viento sopla
y del árbol dormido,
cae la hoja.

風が吹きます
ツリー眠って、
葉が落ちます。

En la tormenta

En la tormenta,
sábanas revueltas,
quejidos como llantos,
amores atormentados
y sueños olvidados
que escapan por la puerta
de una noche despierta
y buscan en la lluvia
salvación que no encuentran.

En la tormenta
un relámpago,
un rayo,
un trueno,
un beso
y todo empieza de nuevo.

Quisiera besarte sin miedo,
como si nada hubiese existido,
como si el mundo hubiese nacido
en el momento que tus ojos
se posaron dulcemente en los míos.

Quisiera acariciarte sin miedo,
como si nadie antes lo hubiese hecho,
como si el primer contacto hubiese sido
el de una brizna de hierba
entre tus labios y los míos.

Quiera ocasionar un Big Bang contigo,
pensar que todos los siglos pasados
fueron un simple suspiro,
pero entonces resuena un eco de antaño
y veo que nunca antes fuiste mío.

El asesinato

A Ainoa


Un día más me encontraba frente a él, escuchando cómo denigraba a cada una de las mujeres que nos encontrábamos frente a él. Nos miraba con lujuria, como si fuésemos objetos a los que conquistar y poner en su repisa de trofeos, en vez de mentes inquietas, ansiosas por aprender. Mil veces me había preguntado cómo era posible que aquel hombre siguiese conservando su plaza como profesor universitario, cómo era posible que la hubiese conseguido algún día cuando había demostrado día tras día que no tenía la menor idea de la materia que debía enseñarnos. 

- Señorita Fernández, haga el favor de salir a leer

Me levanté de mi asiento de la última fila y me dirigí al estrado con resignación, asqueada por tener que estar a su lado. Situé el libro sobre el atril y comencé a leer aquel cuento que hablaba de miedo y de muerte. Cuando, de repente, noté su mano en mis nalgas, estrujándolas como si tuviese derecho para ello, como si fuese lo mejor que me podría pasar aquel día y entonces... Entonces no pude reprimir más la rabia y el odio. Cogí el volumen de las obras completas y le golpeé con él en la cara, le pegué con todas las fuerzas que mi débil cuerpo me permitía mientras le gritaba lo cerdo que era. Pateé sus partes bajas y se las pisé hasta sentir que ya no servían para nada. Todo se había teñido de rojo, solo podía sentir cómo el resentimiento se iba diluyendo en su sangre que salpicaba mi cara. Ya nunca más iba a tener que soportar sus tediosas explicaciones, su ignorancia... Las futuras oleadas de estudiantes tendrían la oportunidad de llenar sus mentes con el ansiado conocimiento. Todo se tornaba cada vez más rojo. 

- Señorita Fernández, la estamos esperando

Sentí cómo mi compañera me zarandeaba y volví a la realidad. Me levanté de mi asiento de la última fila y me dirigí al estrado con resignación.